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miércoles, enero 26, 2005

LAS MURALLAS DE SAMARIS



Ayer, comentando el libro de Chumy Chumez me vino a la memoria un autor cuyo estilo es heredero de las ilustraciones y grabados del siglo XIX y XX, pero con un toque personal. Este autor es François Schuiten, cuyos dibujos unidos al talento narrativo de Peeters, crearon juntos la saga de Las Ciudades Oscuras. Las obras que componen esta saga se encuentran bastante dispersas, entre los álbumes de la Colección Negra de Metal Hurlant, la Colección Vértigo de Tótem Comics y la Colección B/N y otros álbumes de Norma Editorial, sin olvidarnos de Eurocómic. Aunque cada álbum se puede leer como una obra independiente, es necesario reunificar todas las obras en una nueva colección para su óptimo disfrute.
Dentro del ciclo de Las Ciudades Oscuras he escogido una obra breve titulada Las Murallas de Samaris publicada en España en 1983 dentro de la Colección Vértigo de Tótem Cómics (Editorial Nueva Frontera) que si bien no alcanza la excepcionalidad gráfica de La chica inclinada o Brüsel, por citar dos ejemplos tiene un planteamiento sumamente interesante acerca de la gran ciudad como un gran escenario por el que discurre la aventura de la vida.
La acción parte de la ciudad de Xhystos, una gran urbe de línea modernista con toques futuristas que en absoluto desentonan con el carácter de una metrópoli situada lejanamente en el tiempo y que se aproxima a una concepción romántica e idealista de la época industrial. A ella llegan rumores sobre Samaris, rumores que desconocemos pero que son el punto de partida para enviar a nuestro protagonista, Franz, a la ciudad con el objetivo de elaborar un informe tan detallado como sea posible para la tranquilidad de Xhystos.
El viaje a Samaris por tierra primero, por aire a continuación y por último por agua, es sumamente inspirador y sugerente ya que aun empezando a vislumbrar las murallas en el horizonte todavía tardara más de doce días en llegar lo que nos da una idea del grandioso tamaño de la ciudad. Una vez instalada en ella, entonces es cuando comienza a percatarse de que algo extraño sucede ya que todas las ventanas están cegadas, acompañados de un lejano rumor, un exasperante silbido. Sus días suceden de la misma forma, uno tras otro, el mismo paseo, la misma cafetería, las mismas caras, la misma mujer que se levanta nada más llegar, las mismas angustias y las mismas preguntas. Atrapado en una circulo rutinario, siente la necesidad de escapar de él pero al mismo tiempo es incapaz, no sin saber que es lo que realmente sucede. La ciudad se vuelve entonces como una cárcel cuyas cadenas son el automatismo de los acontecimientos diarios, incapaz de quebrarlas por mucho que lo intente y que solo se podrán abrir con la llave de la verdad que queda fuera del alcance de su mano.
Quizás así nos sintamos nosotros en nuestra propia ciudad, atados a unas obligaciones diarias que difícilmente podemos eludir, viendo siempre las mismas caras, la misma gente, las mismas calles que recorremos una y otra vez y que ocasionalmente, si nos fijamos, descubrimos un detalle que no habíamos visto antes. Encerrados en una gran fábrica que funciona de forma cíclica sin interrupción, formando parte de su mecanismo, de sus engranajes para que todo funcione a la perfección.
Pero volviendo a Samaris, la concepción que definí antes sobre la ciudad como un artefacto, aquí se presenta a nuestros ojos, literalmente, como un enorme, grandioso, maquiavélico artificio, una caja de relojería con sus ruedas dentadas y sus agujas que se desplazan allá donde vaya Franz, ofreciendo unas fachadas que se montan y se desmontan fuera del alcance de su vista, un suelo que gira sobre si mismo sin desplazarse nunca de donde se encuentra. Una gran tramoya destinada a retener el secreto de Samaris dentro de sus propias murallas.
Atrapado en esta jaula mecánica, tratara por todos los medios escapar de Samaris y volver a Xhystos, pero eso ya es otra historia. Aquí lo realmente interesante es como el dibujante consigue materializar el complejo mecanismo de la ciudad de Samaris sin que por ello nos parezca artificioso o forzado. Como los trampantojos romanos y renacentistas, hasta que no lo miras de cerca no te das cuenta de su hábil capacidad para el engaño.
Una de sus contadas obras en color (en esta ocasión con una suave y tímida paleta) el estilo de Schuiten es profundamente arquitectónico, con un gran dominio de los diferentes estilos de todas las épocas, desde el romano hasta el más futurista, pero sobre todo con una rara habilidad de amalgamar dichos estilos formando un nuevo estilo que si bien imaginario, es perfectamente reconocible. Quizás lo único que se pueda reprochar es cierto estatismo en el tratamiento de los personajes, trazados en una línea clasista y académica, como si formaran parte de la arquitectura que el mismo dibuja, como si formaran parte del engranaje que hace funcionar la historia de sus vidas.

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